AUTOAYUDA y CONOCIMIENTO INTERIOR

 

La paciencia y los resultados

Manuel Sañudo
 
“¿Por qué aguardas con impaciencia las cosas? Si son inútiles para tu vida, inútil es también aguardarlas. Si son necesarias, ellas vendrán y vendrán a tiempo”
Amado Nervo
 
Somos presa fácil de la impaciencia: por la velocidad con la que se mueven las cosas hoy día, o porque queremos respuestas inmediatas a nuestros deseos.
 
Recuerdo una frase que dice: “Dios mío, dame paciencia… pero ¡ya!” Lo que demuestra que, hasta para pedir y recibir la  paciencia, somos impacientes. 
En la actualidad la impaciencia es más cotidiana de lo que podíamos imaginar. El atropellado ritmo de los acontecimientos – unido a la publicidad que apresura al consumo, a votar o proceder en lo que sea – y la exigencia de los jefes por los resultados rápidos, han creado en ti, en mí, y en casi todos, la cultura de la inmediatez. Además, con tanta contaminación idiomática, del lenguaje inglés  especialmente, incluso están de moda las rúbricas de correos y cartas que presionan a la urgente respuesta: “ASAP” (as soon as possible, por sus siglas en inglés)
Para calmar mi naturaleza impaciente me repito frases que me lleven algún remanso de calma, mientras llega el resultado. Existe esta otra máxima, del argot del Tai Chi, que dice que “El apuro provoca pérdidas”. Es decir, que el apresuramiento, léase impaciencia, puede malograr los efectos que se buscan. El refranero mundial está repleto de sabiduría sobre el tema. Aún así, no solo con frases y refranes se aquieta la impaciencia. Requerimos de más trabajo, al interior nuestro, para aceptar que “La paciencia es amarga, pero sus frutos son dulces”, según lo dijo Jean Jacques Rousseau. Pero mi esencia me empuja a pensar en lo que citó George Bernard Shaw: “A veces la impaciencia da más frutos que los más profundos cálculos”… ¡Qué contradicción!
Refranes van y refranes vienen, y seguimos impacientes porque las respuestas no llegan en el tiempo o forma en que las queremos. Recurro a la ecuanimidad y caigo en cuenta en algunas conclusiones:
- La sensación de la velocidad del tiempo no es igual para todos: sí lo es en la forma en que la medimos, pero no en el “reloj anímico” de cada quien. Lo que para unos es lento para otros puede ser lo normal y a la inversa.
- Debemos afinar nuestra empatía: para ubicarnos en el ambiente de espacio y circunstancia  en que está la fuente del resultado; sea una persona, un grupo de ellas, los sucesos básicos que le rodean… Es muy probable que en el otro no seamos el número uno en su lista de prioridades.
- No tomar tan a pecho las promesas de los demás. Para muchos es muy fácil soltar fechas de cumplimento que ni siquiera revisan si son factibles. Son como respuestas autómatas que dan para quitarse al otro de encima. No obstante, si tú prometes plazos asume el compromiso de cumplirlos. Y si no, ten la valentía y honestidad de comunicar el retraso.
- Mientras el resultado llega, mantente ocupado durante la espera. Así, tu mente no estará en la tortura de la impaciencia.
- Repite a ti mismo: “El resultado está en camino”. Pues todo tiene su tiempo de maduración y de espera. Y, también, todo sucede por alguna muy válida razón.
 
Lo anterior te llevará a un reposo mental que hará que te olvides del apuro por el resultado. Y cuando llegue lo disfrutarás al máximo, pues te tomará casi por sorpresa.
   
“La paciencia infinita produce resultados inmediatos”
Frase de “Un curso de milagros”

 

 

 

El qué y el cómo ...

Manuel Sañudo
 
"Si no sabes a dónde vas, acabarás en otra parte"
Laurence J. Peter
 
Frente a un problema, cualquiera que sea su magnitud, lo usual es que tu mente se disperse buscando qué hacer y, para complicarlo más, combinando una gran diversidad de modos y respuestas, léanse los cómos de la resolución del conflicto. He aquí que surge una mayor confusión, pues el qué se enreda con el cómo, y las buenas soluciones se pueden descartar antes de haber nacido.
 
Sobra decir que los problemas nos afectan emocionalmente y que, por lo mismo, es difícil seguir un orden, lógico y lineal, para analizarlos con objetividad y encontrar las mejores soluciones. La razón se lía con la emoción, y la pasión por resolver el asunto nos hace querer tener hasta el último detalle de la fórmula, de la receta que aliviará nuestros males. Pero, valiéndome de esta analogía de la ciencia médica,  hay que tomar en cuenta de que primero hay que hacer un diagnóstico - del problema - y luego pensar en qué es lo que se debe hacer. Y hasta entonces, bien definido el qué, podremos abrir el abanico de alternativas de los posibles cómos para poner en práctica el remedio.
 
Parece un juego de palabras, pero no es tal. Si no te enfocas, primero que todo, a especificar el qué, que tiene que ver con lo que realmente quieres y no tanto con lo que debes  o lo que te “conviene” hacer, seguramente tus pensamientos viajarán al futuro, descartando el qué por las aparentes dificultades de hacer realidad el cómo. La mente te traicionará en su afán de controlarlo todo... O de darles gusto a los demás.
 
Me permito un ejemplo: Para una corporación con problemas de incompatibilidad de visiones, de enemistad, de continuadas peleas y agresiones, de años de intentar componer lo que está roto, y que no tiene remedio, lo más recomendable es la separación de los socios. Esto es el qué; pero, en cuanto se asoma el cómo - o los cómos -,  los egos empiezan a defender sus posiciones, pertenencias, territorios y hasta la paternidad de la empresa, invalidando lo que al principio lucía como un sencillo qué hacer. En este atoramiento, de quién se queda con qué cosa o con cuáles posesiones, se pierde de vista lo que parecía ser la solución simple, la sensata. Además, los paradigmas sociales y empresariales no ayudan a sacar adelante el qué, pues la vanidad se atranca en el cómo. Así, pueden transcurrir  años y años, atorados en el negocio, y separados en sus querencias empresariales.
 
No me promulgo totalmente a favor de la disolución de las sociedades, pero no estoy de acuerdo con seguir siendo “socios” si ya no hay la visión común, y el deseo de caminar juntos, que es el adhesivo que une a los accionistas. El paradigma social podrá decir que no se separen, que lo hagan por la empresa, los empleados o la comunidad, pues si no resultarán afectados todos ¿De verdad será así?, ¿no será peor que trabajen en un negocio donde hay disgustos, desunión y estrés?
 
Me regreso al qué: si afrontas el problema, con un acertado dictamen, estarás cerca de clarificar qué es lo que verdaderamente quieres y necesitas para componerte. En este punto, te conviene hacer una pausa mental y no dedicar energías a cómo resolver el enredo. Habrás de hacer caso omiso de las voces y presiones de los demás que con buena intención, o lo contrario, te inundarán de tácticas de cómo hacerle. Se vale que escuches, pero no que te dejes influenciar por ellos, aunque se molesten por no tomar sus consejos. Es curioso, pero cuando damos un consejo, aunque nos lo hayan pedido, creemos que el otro está obligado a tomarlo como bueno, y nos enojamos si no nos hace caso. Por eso, lo mejor es no dar consejos a quien no lo ha solicitado.
 
Una vez puntualizado el qué, y con el alma quieta, la Vida te irá mostrando el cómo, el quién, el cuándo, el dónde y con qué. De modo y manera, que caminarás sosiego hacia un punto que te llevará a otro, y al siguiente, y a  muchos más, en una mágica conexión con el Flujo Vital. Define bien qué es lo quieres, y déjate llevar por Él.
 
"A partir de cierto punto no hay retorno. Ése es el punto que hay que alcanzar"
 
                                                               Franz Kafka

 

 

 

El pensamiento fantasma

 

Manuel Sañudo

 

 

“Ni tus peores enemigos te pueden hacer tanto daño como tus propios pensamientos”

Buda

 

Hay un pensamiento, detrás del pensamiento, alimentado por una creencia que es la que, en el fondo, es el motor real de nuestras acciones, malas o buenas. Encontrar esa cavilación fantasmal facilita la tarea de sanarse y acabar con el sufrimiento.

 

Cuando nos preguntan: ¿Qué es lo que te agobia o te molesta?, o ¿por qué has hecho esto o lo otro? Respondemos con el primer pensamiento que traemos en la mente, con el que está “enfrente”, con el que no es la causa verdadera y última, sino con el que encabeza la lista de pensamientos que nos llevan a hacer cosas. Lo que hacemos proviene de lo que creemos y pensamos, pero no siempre identificamos el pensamiento original, que es un dogma, profundamente arraigado, que nos ha acompañado desde siempre. Y si aceptamos como válida la primera respuesta que se nos ocurra (es decir como la auténtica causa de lo que hacemos y de lo que nos ocurre) caeremos en el equívoco de juzgar que por ese pensamiento fue que sucedió lo que sucedió.

 

Me explico con un ejemplo cotidiano: El marido llega a la casa, abre la puerta y se enfurece porque los niños están jugando y gritando, lo que es una situación perfectamente normal en los chiquillos. La esposa le pregunta que si qué le pasa y lo más seguro es que el marido responda con más enojo, y discuta que los hijos están mal educados, que son muy traviesos o desobedientes o lo que sea… Y que por eso está enojado. La mujer se hace de palabras con su marido, él castiga a los chicos y todo aquello termina en una mini tragedia que pudo haberse evitado. Si pudiésemos escarbar en la mente de ese hombre, podríamos encontrar que la raíz de su enojo viene de un pensamiento detrás del pensamiento, de una creencia que está a la zaga de la molestia de los juegos y estridencias de sus hijos. En un intento de hacerle de psicólogo, quizás, lo que sucede es que el personaje tiene la necesidad de vigilarlo todo y que ello provenga de su niñez, de un papá que fue como él pretende ser: un controlador. Asimismo, podría ser que en su trabajo no haya podido dominar los sucesos ajenos a él y entonces su frustración aumenta porque no puede controlar el comportamiento de sus criaturas.

 

¿Cuál es el pensamiento fantasma?, ¿el que está detrás de lo que él dijo al principio? No es que los pequeños estén mal educados, sino que él cree – pues así lo aprendió con su padre – que debe haber orden y silencio, y que los niños no deben jugar ni gritar dentro de la casa. Su pensamiento, detrás del pensamiento, es que las cosas y personas deben de ser de “cierto” modo, o si no hay que enojarse, lo que le causa inseguridad; es algo que choca contra los paradigmas de su línea paterna, y le genera inquietud tener una nueva familia que sea diferente.

 

Conocer el pensamiento fantasma puede ayudar (claro, con la humildad y predisposición necesarias para el caso) a enfrentarse y cuestionar si esa idea paradigmática sigue siendo operante en sus circunstancias actuales. Específicamente, la pregunta es: ¿si ese fantasma debe seguir presente?, pues, siendo realistas, le produce más dolor que felicidad. Seguramente su ego se rebelará diciéndole que no debe ceder, pues traicionaría sus códigos familiares. Recordemos que para el ego no existe el tiempo - ni le conviene - pues quiere seguir alimentándose, como parásito, de esas creencias fantasmales e inoperantes, pero que en la mente las hace muy vívidas y gobernantes.

 

Este ejemplo familiar lo podemos llevar, con los ajustes del caso, a cualquier asunto del orden empresarial, político, deportivo o religioso, pues la esencia (el ego, pues) es muy similar en todos los humanos, nada más cambian los personajes y la obra teatral en turno.

 

La invitación es a que estemos alertas de lo que pensamos, de lo que decimos a los demás y, más aún, a nosotros mismos. No nada más contamos mentiras a los otros, también nos las decimos a nosotros, y eso es más grave aún. Si no descubrimos esa verdad, ese pensamiento fantasmal, no daremos con el origen de ciertos males que nos aquejan y que podrían trocarse en bienestar y felicidad.     

 

 

El pensamiento detrás del pensamiento es la clave para sanarse.

 

 

Los cuatro pensamientos

 
 
Manuel Sañudo
 
 “Un optimista piensa que éste es el mejor de todos los mundos posibles. El pesimista tiene miedo de que eso sea cierto”
Ralph Waldo Emerson
 
Mucho se ha dicho de que, tarde que temprano, llegará el Día del Juicio Final. Yo prefiero hablar del Día del Final de los Juicios; del día en que dejemos de enjuiciar a todo y a todos, y también de juzgarnos a sí mismos. Ese día - que ojalá y que llegue pronto - desaparecerán muchos de los sufrimientos que constantemente nos ocasionamos por  proceder como jueces incansables, sumidos todo el tiempo en la negatividad.
 
Reflexionemos en lo siguiente: del 100% de los juicios y pensamientos que a diario tenemos, algo así como un 90% son los mismos que tuvimos el día anterior, y que los mismos de anteayer, y de los que le preceden. Es por ello que casi siempre las decisiones del hoy las tomamos con base en las experiencias del ayer, y de acuerdo a los cajones mentales que hemos fabricado a lo largo de los años. Por eso nos va como nos va, pues no cambiamos de modos de razonar y de ser; ya que tan sólo repetimos lo mismo, jornada tras jornada, esperando que las cosas se enmienden, por sí mismas, sin que nuestras reflexiones y quehaceres realmente se transformen.
 
Para verlo de otro modo, nuestros pensamientos del día a día se pueden clasificar en cuatro grupos:
 
ü     Los necesarios. Éstos son los indispensables para operar en lo habitual; que si me aseo, que si desayuno, luego voy al trabajo, me subo al automóvil, llevo a los niños a la escuela y de ahí voy a una reunión.
 
ü     Los inútiles: el nombre lo dice todo. Son  cavilaciones inservibles pues no nos conducen a nada. Es más, deterioran enormemente nuestro vigor físico y mental; y lo peor es que son a los que más tiempo les dedicamos en el día. No son mas que  ideas infructuosas sobre lo que pudo haber sido y no fue. Solemos deliberar que “si hubiera hecho esto o lo otro, de otro modo hubiera sido tal cosa”. Pero recordemos que “el hubiera” no existe.
 
ü     Los negativos. Estos los podremos reconocer cada vez que nos sintamos mal y que, por lo mismo,  nos debilitemos. En su mundo muy particular, cada quien sabrá cuáles son esas funestas preocupaciones.
 
ü   Los positivos: aquellos que nos hacen sentir bien, que nos definen con una actitud positiva y optimista frente a la vida, para con la salud, para con el trabajo, con la sociedad y la familia; que nos suministran de más recursos internos y nos empoderan para esquivar mejor las adversidades. Es más, funcionan como una especie de imán con el que atraemos personas, cosas y eventos favorables; y que, por el contrario, en las mismas circunstancias, las personas de pensamientos negativos terminan por atraer lo malo… Y que luego se preguntan, ¿por qué me pasa esto?
 
Sobra decir que debemos llenar nuestra mente de pensamientos provechosos, de los llamados necesarios y de los positivos, y reducir o eliminar completamente los inútiles y los negativos. Así, nuestra capacidad de pensar y de hacer se volverá exponencial; estaremos destinando lo mejor de nosotros a las labores más fructíferas.
 
 
“El optimista se equivoca con tanta frecuencia como el pesimista, pero es incomparablemente más feliz”
 
Napoleón Hill